Vivir Quintana, cantautora y activista mexicana, ha dedicado una década de su vida a dar forma a un proyecto que no solo es música, sino un acto de justicia. Su nuevo álbum, basado en las desgarradoras historias de mujeres que viven tras las rejas en México, revela la verdad de quienes luchan por defenderse en un sistema injusto. Cada canción es un testimonio de resistencia, una lucha por la dignidad y una llamada a la acción para que no se olvide el sufrimiento de aquellas que han sido invisibilizadas. Con este trabajo, Vivir da voz a las mujeres que, al igual que ella, no se conforman con el silencio y buscan transformar el dolor en cambio.

Este álbum no es solo el resultado de una década de trabajo, sino de un compromiso profundo con las historias de aquellas mujeres que han sido ignoradas por la sociedad. Vivir Quintana no solo visitó prisiones, sino que se sumergió en las vivencias de cada reclusa, escuchando sus voces y transformando su sufrimiento en poderosas canciones. Con una sensibilidad única, la cantautora mexicana pone al descubierto las injusticias que persisten en el país, invitando a todos a reflexionar sobre las desigualdades de género y la opresión. Su música es un faro de esperanza, un llamado a la empatía y un recordatorio de que la lucha por la justicia nunca debe callarse.

 

Vivir, tu música ha sido un estandarte en la lucha por los derechos de las mujeres en México y en el mundo. La  canción “Canción Sin Miedo” se convirtió en un himno global contra la violencia de género. Ahora estás trabajando en un disco que sigue contando historias muy profundas de mujeres, esta vez desde la prisión. ¿Por qué visitar las cárceles qué significa para ti en lo personal este proceso? 

Empecé este proyecto hace 10 años debido a un suceso fuerte en mi vida: una de mis amigas fue víctima de feminicidio. Esto me llevó a preguntarme qué pasaba con las mujeres que mataban a sus agresores. En mi mente comenzó a surgir la inquietud sobre qué sucede con las mujeres que se defienden de sus agresores.

Entonces, empecé a investigar y me di cuenta de que, cuando las mujeres se defienden, las encarcelan. Me pareció algo profundamente injusto y sumamente violento, ya que, después de haber sido víctimas de abusos, de defender a sus hijos o a sí mismas de agresiones sexuales, todavía tienen que enfrentarse a un sistema que les dice que se defendieron demasiado.
Vivimos en una sociedad injusta en el sentido de que, muchas veces, las mujeres son re victimizadas e incluso castigadas, mientras que numerosos feminicidios quedan impunes. Por eso surgió en mí la necesidad de contar estas historias. Al investigar, me di cuenta de que en México existían muchas de ellas, pero también de que había otras que no se contaban porque estaban clasificadas simplemente como homicidios.

A veces es difícil encontrar estas historias, y por eso este disco ha tardado tanto en salir. Quería que se hiciera de la manera más respetuosa y cuidadosa, evitando la revictimización de las compañeras que siguen en prisión o que ya han salido. También quería narrarlas desde el protagonismo individual, porque en los corridos, muchas veces, las mujeres somos retratadas como un producto de consumo o cómo las locas enamoradas que persiguen a alguien. Esta vez no. Yo quería que ellas fueran las protagonistas de sus propias historias y que contaran por qué hicieron lo que hicieron, porque en momentos tan difíciles, duros y extremos, cualquiera podría verse en esa situación.

Hace algunos años comencé a visitar prisiones y me di cuenta de que existían formas de acompañar a las compañeras privadas de su libertad física. Y es importante decirlo: es una privación física, pero muchas veces también nos quieren borrar emocionalmente de este mundo, de esta sociedad. Por eso pensé: hay que contar estas historias, y la música es la herramienta para acompañar y resistir.
Es un álbum que grabamos mitad en México y mitad en Los Ángeles. Cuidamos mucho que las historias fueran valientes, pero también que tuvieran tintes poéticos dentro de la cotidianidad social que vivimos, siempre con un profundo respeto hacia las compañeras que han sido víctimas de este sistema.

No ha sido nada fácil; ha sido un trabajo intenso, no sólo en términos de producción, de visitar cárceles y de encontrar las historias, sino también a nivel emocional. Ha sido un proceso de mucho cuidado, y aun así, a veces es imposible abarcarlo todo.

 

¿Cómo regresas a casa y logras procesar toda esta información después de escuchar estas historias?

Hago terapia, pero también entiendo que no puedo salvar a nadie. A veces uno quisiera hacer más, pero es importante reconocer los propios límites y preguntarse: “¿Hasta dónde puedo ayudar?” La resistencia está dentro de nosotras, pero tampoco puedo ir a las cárceles, decirles a las morras que no están solas y luego llegar a mi casa sintiéndome sola y destruida.

No se trata solo de usar esas historias para hacer un disco y que la gente lo escuche; se trata de seguir acompañándolas y de ser congruente, no solo en la música, sino también en mi casa, con mis amigas, en mis relaciones afectivas y con mi familia. Si busco más amor y justicia, no puedo tratar mal a mi equipo de trabajo ni ser violenta en mis relaciones. Es un trabajo integral, un compromiso de cuidarnos por todos lados, de respetarnos a nosotras mismas y de darnos esos espacios para respirar.

En esta industria, todo sucede de manera acelerada, una cosa tras otra, y es fundamental encontrar momentos de descanso. Afortunadamente, ahora cuento con un equipo muy empático, que me cuida y me pregunta genuinamente cómo estoy antes de cualquier actividad, porque estos son temas delicados y eso es importante. Ha sido un trabajo hermoso, pero también muy doloroso. Siento que es un proceso de demostrarse a una misma todo el tiempo. Ha sido un camino largo, lleno de aprendizaje.

Bien sabemos que para nosotros en México el corrido es la crónica del pueblo, y a lo largo de 10 años recopilaste estas historias y las convertiste en corridos. ¿Por qué elegiste este género para contar sus relatos?

Yo crecí en Coahuila, en un pueblo llamado Francisco I. Madero, donde esta música estaba y sigue estando muy presente. Recuerdo que mis papás me ponían canciones y me preguntaban: “¿De qué está hablando la canción?” Siempre estaban atentos a que entendiera lo que cantaba.

Con el tiempo, me fui dando cuenta de que esta violencia ha estado disfrazada, incluso, de romanticismo en muchos géneros musicales. Entre la primaria y la secundaria, cuando tenía entre 10 y 15 años, cada Día de la Revolución nos hacían cantar un corrido llamado El corrido de Rosita Alvírez. Lo entonábamos a todo pulmón porque hablaba de un hecho ocurrido en Saltillo, la capital. Decía: “Año de 1900…” y desde entonces ya se cantaban estas historias. Se trataba de un feminicidio.

Cuando hice el match y me pregunté: “¿Qué estoy cantando?” me di cuenta de que estas historias han existido desde hace muchísimo tiempo. Pero esta canción se veía como algo gracioso porque la interpretaba un artista llamado Piporro, quien la hacía sonar cómica. Dentro de esa comicidad, sin embargo, estaba escondido un suceso brutal. Y así se normalizaba, se volvía parte del paisaje, hasta que dejábamos de darnos cuenta de lo que realmente estábamos diciendo.

Pero no. No es normal que las mujeres tengamos que estar constantemente cuidándonos, asegurándonos de que nuestras amigas hayan llegado bien a casa, ni que tengamos que pensar: “No tengo derecho a divertirme porque me puede pasar algo”.

Esa niña que creció escuchando estos corridos ahora es una mujer que dice: “Yo no quiero que esto le pase a mi sobrina, a las hijas de mis amigas, ni que los hijos de mis amigos crezcan creyendo que esto es normal”. Es parte de una cultura muy arraigada, la del corrido, y los artistas tenemos que asumir la responsabilidad de lo que compartimos. Porque sí, nos escucha un público. Y quizá pensamos: “Bueno, solo me escuchan diez personas”. Pero son diez corazones, diez mentes que están absorbiendo ese mensaje.

Ahora soy una artista que quiere hacer canciones que hablen de amor y desamor, pero desde el amor profundo, sano y bonito, desde la empatía. Estas historias que estoy contando son para que la gente se dé cuenta de que realmente suceden en nuestro país, un país maravillosamente hermoso, pero también lamentablemente violento. Es importante que existan estas otras narrativas.

 

Has construido una carrera con propósito, pero también en una industria donde ser mujer sigue siendo un desafío. ¿Cómo ha sido ese camino?

Me ha pasado de todo. Cuando llegué a vivir a la CDMX hace 13 años, me tocó no encontrar un lugar seguro para exponer mi música. Me topaba con gente que me decía: “Esta música no vende”, este término de vender… Que claro, al final del día es un producto, pero yo quería que detrás de este producto hubiera un mensaje.

Me encontraba con productores que decían: “Es que la canción de protesta ya está muerta”. Y yo respondía: “No es una canción de protesta, realmente estoy contando historias que te pasan a ti, y si no te das cuenta, es porque estás desconectado de este mundo, de esta realidad”.

Entonces, me dije: No, va a llegar un momento en que alguien las escuche. Yo seguía haciendo música y creo que siempre llega gente que dice: “Yo me conecto con esta música”. Estoy agradecida porque tengo un público que se abre a la empatía, al diálogo, al amor y a la posibilidad de cambiar ciertas creencias arraigadas.

Ha sido un camino largo en la música, pero creo que hasta ahora he tenido las ganas, el amor y el deseo de defender lo que quiero hacer. Y cuando defiendes lo que quieres, sostienes tus posturas y eres fiel a tus creencias sin violentar a los demás, te encuentras con gente que también está en tu misma sintonía. Afortunadamente.

Chavela Vargas, sin duda, dejó una huella imborrable con una voz que no pedía permiso, sino que existía con toda su fuerza. Violeta Parra convirtió el dolor en himnos que siguen resonando hoy. Mercedes Sosa nos enseñó que una canción puede ser un arma de resistencia. ¿Cómo le gustaría a Vivir Quintana que se describiera su propio camino musical?

Me gustaría que se dijera que fui una música que siempre fue fiel a su propósito y a lo que creía, pero que también creó una música accesible, que realmente acompañaba a las morras y a las personas por las que cantaba.

Photo by: Universal México/Jesús Cornejo